viernes, 19 de febrero de 2010

Magdalena Kozená.

 Ella, espléndida sobre el escenario, dorada, rubia, altiva. La orquesta, en el mejor momento de la noche. Una chica joven que parecía violinista del montón apareció de repente con un pífano, se colocó junto a Magdalena y comenzó a descendernos una catarata estremecedora que no parecía terminar.

Todo se nos venía encima sin poder evitarlo. Recordé a los que no estaban en ese momento, los que deberían sentirse apabullados como yo y comentarme en voz muy bajita lo buena que era esa mujer, lo bien que sonaba todo, en qué ocasión nos habíamos reunido otra vez simplemente para disfrutar de la dicha de estar juntos.

Si hay momentos en que el tiempo se detiene, se debe detener y a la vez seguir fluyendo en su progresión lógica, en su marcha irrefrenable, ése fue uno.







En fin, el disco sólo es un reflejo desvaído.

jueves, 11 de febrero de 2010

Sí, bonita, sí



No pasa nada...